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Cuento El Cocodrilo y la Mariposa


El cocodrilo y la mariposa Autor: Luciano Rozo Castañeda
Absolutamente cierto. Aquella pareja era la más disparatada: él, de ojos saltones, piel verrugosa y áspera. Como si esos “atributos” fueran pocos, poseía además una hilera de horripilantes y puntiagudos dientes, que le daban la vuelta completa a su alargada bocota.
En cambio ella... tenía la tersura de la seda en sus alas y en su vuelo, toda la gracia de las hadas.
Sus colores parecían hechos de pinceladas mágicas. Porque eran... ¡OH!, tan delicados y sutiles, como los primeros besos que da el sol por las mañanas, a las altas montañas...
Podríamos decir con toda seguridad que ese romance no fue “amor a primera vista” pero sí “amor a primer ojo saltón”. Y todo por una graciosa casualidad.
El enorme, verrugoso, y ojo saltón cocodrilo acababa de engullirse un gran pez. Por tal razón hacía la siesta... flotando plácidamente, sobre las tranquilas aguas del río Orinoco, a pleno sopor de medio día...
Gran parte de su verrugoso lomo era visible sobre la superficie diáfana del río.
Repentinamente ella, chiquitica y dulce diosa del vuelo, tierna y sublime criatura hecha de pinceladas mágicas, apareció regalando su armonioso zigzagueo. Parecía vestir el tibio aire con sus giros de dulce colorido. Cuando vio el tronco flotando apaciblemente, se dijo a sí misma: “magnífico... descansaré de volar y daré un hermoso paseo en tronco, dejándome llevar por la corriente”.
Y la hermosa se posó sobre un extremo del tronco. Cerró sus bellas alas.
El espectáculo maravilloso de aquella grácil mariposita, paseando río abajo sobre su improvisado bote, era, sencillamente un cuento de hadas o un cuento para niños.
Cuando la preciosa volteó para observar mejor su “bote”, advirtió que a corta distancia del extremo final, donde ella se había posado, su tronco presentaba dos protuberancias.
Pero no pudo evitar un gritico ahogado y un nervioso aleteo, cuando... ¡¡las protuberancias se abrieron!!
El enorme y verrugoso cocodrilo acababa de abrir los ojos.
Y ahí fue que ocurrió. Ahí fue el “amor a primer ojo saltón”. Él, porque jamás había visto tanto color y hermosura cerca de su nariz, mejor dicho, sobre ella.
Y la pequeña mariposa, porque tampoco había visto dos ojos más grandes, tontos y enamorados.
Fue tal el embeleso, que pasaban y pasaban las horas, aún los días, sin que el verrugoso comiera ni ella volara. Era como si se estuviesen dando un beso eterno, río abajo...
Pero repentinamente... ¡púm!
La bala les rozó nariz y ala.
Ya sabía yo –pensó furioso el cocodrilo- que esto era demasiado bello para que durara.
Sin demora, el enamorado gigantón huyó veloz con su preciosa carga, ocultándose de los cazadores.
¿Qué fue eso? –interrogó asustada la frágil mariposita.
¡Ah!... mi dulce alada –contestó el verrugoso- si todos los seres del mundo tuviesen en su alma los colores de la tuya y los de tus alas... ¡sería tan diferente!
Pero ya ves –continuó- hay seres, llamados humanos, que no tienen conciencia.
Por una razón que desconozco, van por el mundo, talando los bosques para que desaparezca el oxígeno y no puedan respirar. Van exterminando animales, que son eslabones en la cadena de la vida, y una cadena necesita de todos sus eslabones... o se rompe.
Mi amada alada, ellos son tan necios, tan torpes, tan ciegos, que envenenan el agua, su vital líquido... ¡¡pues sus organismos son tres cuartas partes de agua!!... lo harán, me pregunto amada, con el fin de secarse... ¿para quedar convertidos en momias?
No me has contestado, ¿qué fue ese ruido? –volvió a preguntar, todavía temblando la hermosa.
Preciosa –dijo verrugoso- ese ruido viene acompañado de una veloz cápsula de plomo, y fue concebida por la ignorancia o la estupidez de los humanos, con el único propósito de matar la vida... sorpréndete mi bella: ¡¡aún sus propias vidas!!
El cocodrilo continuó contando a la mariposita, que la locura de los humanos tenía nombre propio: vanidad.
Mi amada alada –le dijo- yo acabo de comerme un pez, porque tenía hambre. Los cazadores de cocodrilos en cambio, nos matan porque en las grandes ciudades nuestro pobre pellejo es un gran “lujo”.
Sorprendida y airada, la chiquitica bella preguntó: “¿y por qué los cocodrilos, o el visón, zorro y tantos otros, tienen que ofrendar su vida y su “pellejo”, como dices, para satisfacer la vanidad estúpida en las selvas de los rascacielos?
El gigante verrugoso miró con infinita ternura a su amada, y le contestó, entristecido: “dulce flor con alas... el hombre padece de muchas locuras. Otra es el dinero. Se vuelve loco por el dinero. Mata por el dinero y por el se envilece. Mi piel vale mucho y es por eso que principalmente esas dos locuras del hombre, la vanidad y el deseo de riquezas, son mis más peligrosos enemigos, y por supuesto, enemigos de muchos animalitos, bosques, ríos y mares.
La mariposita sintió una gran compasión por todos los seres en peligro de extinción, debido a las locuras humanas.
Pero, como estaba enamorada de verrugoso, sintió un poderoso deseo de cuidarlo, de protegerlo. Acarició con sus antenitas la cabezota del cocodrilo y este cerró los ojos, absolutamente tonto y manso como un “corderito”.
A partir de ese momento, la amada alada de verrugoso se impuso la tarea de proteger a su amor y todos los de su especie, amenazados por la codicia y la inconciencia del hombre.
Como la hermosura de sus colores no era un “producto” que obligara a matar por dinero, sino que eran pinceladas mágicas para ser disfrutadas con los ojos del alma y el amor, (atributos que no poseían los brutos cazadores), pues la valiente bella y enamorada mariposita no tuvo el menor problema en darse a la tarea de recorrer el río a lo ancho y largo, husmear entre la selva, siempre atenta a la presencia de cazadores.
Cuando los detectaba, volaba rauda frente a su arsenal de muerte… frente a sus propias narices. Zigzagueaba feliz y divertida, hasta el sitio donde flotaba pacífico y tranquilo su “bote verrugoso” y todos los de su especie.
Inmediatamente desaparecían de la vista de los desalmados cazadores. Como estos nunca volvieron a ver un cocodrilo, gracias a la magnífica labor de la hermosa “espía”, a regañadientes abandonaron la región, para jamás regresar.Tal vez nunca sepan que su derrota la llevó a cabo, una pareja de enamorados, la más disparatada de que se tenga noticia... claro, por el deseo de la valiente mariposita, de proteger a su “amado bote verrugoso” y todas las especies en peligro de extinción...

Texto tomado con fines didácticos en:
http://www.cienciacreativa.com.ar/